La escritura no es terapia (pero igual te salva)
Si escribir fuera realmente una terapia, las farmacias venderían cuadernos junto con los ansiolíticos y los terapeutas aceptarían manuscritos en lugar de transferencias bancarias.
Pues no.
Escribir puede ayudarte a procesar emociones, sí. Puede hacerte sentir que entiendes el mundo un poco mejor, también. Lo que no puede hacer es arreglarte la vida. No importa cuántas veces vuelvas a ese capítulo doloroso: si necesitas terapia, ve a terapia. No le pidas a tu novela que haga el trabajo de un buen psicólogo.
Ahora bien, que la escritura no sea una terapia no significa que no tenga poder.
Porque aunque no cure, acompaña.
Aunque no resuelva, explica.
Y aunque no salve a nadie del todo, a veces logra mantenernos a flote el tiempo suficiente.
Escribir sobre lo que duele: ¿curación o autoindulgencia?
Escribir sobre lo que duele es como abrir una herida con un bisturí en lugar de dejar que cicatrice sola. La diferencia es que, con suerte, el bisturí es tuyo y sabes lo que estás haciendo. Pero aquí está el problema: no todo lo que escribimos para sanar tiene por qué ser publicado.
Hay textos que son más una hemorragia que una historia. Páginas que escupimos al papel en un ataque de desesperación y que luego confundimos con literatura.
No todo lo que sangra en una página es arte. A veces es solo una herida abierta con buena caligrafía.
Eso no significa que escribir sobre lo que duele no tenga valor. Lo tiene. Pero hay que preguntarse algo fundamental: ¿estoy escribiendo para entender o para regodearme en el dolor? Porque una cosa es usar la escritura para desenredar emociones y otra muy distinta es convertirla en un altar al sufrimiento personal.
Si el texto es solo una catarsis sin transformación, es posible que el único lector que lo necesite seas tú. Y está bien. Pero no lo confundas con literatura.
La semana pasada presenté un ejercicio en clase de Escritura Creativa. Cuando terminé de leerlo a mis compañeros les dije: ¿Estaba enfadada cuando escribí este texto? ¡Correcto! y tanto ellos como la profe me dijeron: se nota.
El ejercicio no estaba mal, pero lo escribí en un momento en el que me ayudó a canalizar un enfado que tenía en ese momento (nada grave, no preocuparse) Me sirvió para eso, en ese momento. Y me acordé de ello cuando lo leí. No es nada malo. Porque pude canalizar ese sentimiento a través de mis palabras.
La diferencia entre escribir para uno mismo y escribir para ser leído
Este es el golpe de realidad que muchos escritores no quieren recibir: lo que a ti te dolió escribir no necesariamente le importa a los demás. Porque una historia no es buena solo porque sea real, ni porque haya salido de un momento de profundo sufrimiento.
El lector no viene a consolarte. Viene a encontrar una historia que lo haga sentir algo, y si no lo consigue, pasará de largo como por tantos otros textos.
Escribir para uno mismo es terapéutico. Escribir para los demás es narrativo. Aquí estaría la primera diferencia entre escribir un diario o escribir una novela, por ejemplo.
Pero hay una trampa: los mejores textos suelen nacer de algo personal. Así que el verdadero reto es convertir la experiencia propia en algo universal.
Que duela, sí, pero que no sea un lamento privado.
Que sea personal, pero no un monólogo cerrado.
El arte está en encontrar ese punto en el que lo que escribes deja de ser solo tuyo y empieza a pertenecerle a quien lo lee.
Cuando la literatura se convierte en un espejo incómodo
A veces escribimos algo y, cuando lo releemos, nos damos cuenta de que nos hemos expuesto más de lo que queríamos. La literatura, cuando es honesta, tiene la mala costumbre de reflejar verdades que ni nosotros sabíamos que estábamos contando. Es como si las palabras sacaran a la luz partes de nosotros que preferíamos dejar en la sombra.
Escribimos pensando que estamos creando una historia, y terminamos descubriendo un diagnóstico.
El problema es que no siempre queremos vernos tan de cerca. Es más fácil contar la vida de otros, hablar de personajes inventados, construir escenarios de ficción donde nada nos implique demasiado.
Pero la verdad es que, aunque juremos que es solo literatura, todo lo que escribimos es una forma de autobiografía encubierta. Y ahí es donde la escritura no solo acompaña, sino que confronta.
Autores que escribieron para sobrevivir
Muchos escritores han usado la literatura como una especie de salvavidas. No porque creyeran que los iba a curar, sino porque era lo único que podían hacer para no hundirse del todo. Sylvia Plath, Kafka, Bukowski, Hemingway… Todos con vidas que parecían destinadas a estrellarse contra algo, pero que al menos encontraron en las palabras una forma de resistencia.
La literatura no siempre salva. Pero a veces es el bote de emergencia que te mantiene a flote un rato más.
Lo que podemos aprender de ellos es simple: la escritura no sustituye la vida. No te convierte en alguien más estable, ni más feliz, ni más libre de demonios. Pero sí puede hacer que todo sea un poco más soportable. Y a veces, con eso alcanza.
Volviendo al principio, la escritura no es terapia, pero igual te salva. No porque cure, sino porque da forma a lo que de otro modo sería solo caos. No porque resuelva, sino porque deja marcas que nos ayudan a recordar por qué seguimos aquí. Y al final del día, tal vez eso sea suficiente.
Luli ✨
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¡Te espero!
Siempre hay algo de nosotros cuando escribimos, ya sea una verdad, una herida, un sentimiento, o un yo utópico que jamás seremos.
Me ha encantado.
Me ha encantado, muy grafico.