Querido diario: hay algunas historias que no me atrevo a escribir
¿Publicarlo? Decisión tuya. Pero si no lo haces, recuerda: alguien más lo hará por ti.
Dicen que todo escritor tiene un cajón—real o mental—lleno de historias que nunca se animó a escribir. No específicamente porque sean malas, más bien porque son demasiado buenas. O demasiado peligrosas. O porque implican admitir cosas que es mejor que queden sepultadas en la dignidad del silencio. El problema con las historias que no escribimos es que nunca desaparecen del todo. Se quedan ahí, insistentes, como una notificación de WhatsApp que decidimos ignorar porque sabemos que leerla nos va a complicar la vida.
Autocensura disfrazada de "no tengo una buena idea"
A veces nos sentamos frente a la hoja en blanco y nos convencemos de que no tenemos nada interesante que contar. Gran mentira. No es que no tengamos ideas, es que tenemos ideas demasiado interesantes, y el subconsciente—que es un cabrón astuto (perdón por la palabra)—decide hacernos creer que no existen. Es una técnica de autodefensa: si no lo escribo, no existe; si no existe, no tengo que lidiar con ello. Pero las ideas silenciadas siempre encuentran la forma de vengarse: aparecen en pesadillas, en charlas incómodas o, peor aún, en los libros de otro escritor que sí se atrevió.
Decimos ‘no tengo una idea’ cuando en realidad lo que pasa es que no nos queremos enfrentar a esa idea.
Lo peor es que la autocensura es aún más retorcida, se disfraza de perfeccionismo. "No está lista", "no tiene un buen conflicto", "nadie querría leer esto". No hay que ser un genio para entender que todas esas excusas son solo otra forma de miedo. Y así nunca vamos a poder escribir con fluidez.
Escribir sobre personas que aún están vivas (y el miedo a que lo lean)
Aquí es donde las cosas se ponen personales. Porque escribir sobre alguien que ya murió es fácil: no puede venir a quejarse. Pero escribir sobre alguien que sigue respirando y tiene acceso a internet es otro nivel de riesgo. Puedes disfrazarlo con nombres falsos, cambiarle el color de pelo o hacer que viva en otro continente, pero si esa persona lee tu historia y se reconoce, la cosa está candente.
La ficción es un campo de minas donde cada personaje tiene la cara de alguien que conocemos.
O como la camiseta que se vende en la Escuela de Escritores “Ten cuidado porque podrías terminar en mi novela”
El problema es que las mejores historias están hechas de carne y hueso. La ficción más poderosa no es la que inventamos desde cero, sino la que nace de las personas que nos rodean. Pero, ¿cómo escribir sobre ellos sin terminar en una cena familiar incómoda o en una llamada de "necesitamos hablar"?
Algunos escritores lo resuelven pidiendo permiso (aburrido), otros lo resuelven cambiando tantos detalles que el personaje original se diluye (efectivo, pero menos divertido). Y luego están los que se lanzan sin filtro, con la convicción de que "si no querías salir en mi libro, haber sido mejor persona". En mi caso, como en las películas: basado en hechos reales, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia xD
Historias que duelen: ¿cuándo estamos listos para contarlas?
Hay historias que pesan tanto que nos convencemos de que no pueden escribirse todavía. Tal vez más adelante, cuando duela menos, cuando entendamos mejor, cuando el tiempo las haya convertido en algo manejable. Pero el tiempo no convierte nada en manejable. Solo nos distrae con otras cosas mientras la historia sigue ahí, esperando. A veces esperamos tanto que cuando finalmente nos sentimos listos, ya no nos importa escribirla. O peor aún: ya no nos pertenece.
El truco no es esperar a estar listo, sino escribirlo igual. Con el dolor, con la rabia, con las dudas. No para publicarlo hoy ni mañana, sino para sacarlo de una vez de ese limbo donde las historias van a morir cuando nadie se atreve a contarlas.
Las historias no se escriben cuando estamos listos. Se escriben para estar listos. Y no se escriben para publicarlas, se escriben para liberarlas.
La paradoja del escritor: contar la verdad sin ser descubierto
Escribir es, en el fondo, un acto de traición. Uno le roba la realidad al mundo, la convierte en palabras y la deja ahí, al alcance de cualquiera que sepa leer. El verdadero reto es hacerlo sin que te descubran. Porque sí, todo escritor dice "esto es ficción", pero todos sabemos que la mejor ficción es solo la verdad con algo de maquillaje. Todos escribimos partiendo de nuestras vivencias y conocimientos, así que dentro de la ficción hay mucho de realidad. Ya sea nuestra o de la “robada” a los que nos rodean.
"La gran mentira de la ficción es que es una mentira."
Así que escribimos, pero con estrategias de espía.
Disfrazamos a la gente.
Cambiamos los escenarios.
Añadimos detalles absurdos para que nadie sospeche.
Pero el que sabe, sabe.
Y el que se reconoce, se ofende.
Es un riesgo que hay que estar dispuesto a correr. Porque las historias que no nos atrevemos a escribir son las que más vale la pena contar. Y si alguien se molesta… bueno, que escriba su propia versión, ¿no?
Luli ✨
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Las historias que más miedo dan son las que más insisten en ser contadas. A veces, escribir no es para el mundo, sino para una misma. Y si alguien se reconoce y se ofende… bueno, que escriba su propia versión. 😉
¿Copiaste mi diario? 😉 Gracias por ponerle palabras a esto. Hoy, con miedo y todo, ¡al fin escribo! Y saber que no estoy sola lo hace más ligero.