Querido diario: hay placer al final del verano
Para mí el verano termina cuando me quito la tobillera y tengo que salir por la mañana con una chaqueta. Todo lo anterior, sigue siendo verano.
En una sociedad que ama la llegada del finde, del verano y de final de año como desconexión (o esa frase tan impersonal como de moda «desconectar para reconectar») hay personas como yo que sentimos el placer en la vuelta a la rutina, en la vuelta a casa, en el miércoles espontáneo viendo una peli en el sofá de casa. Un toque de tranquilidad y monotonía que te lleva los pies a la tierra entre tanto ruido y planes.
Si digo verano, el imaginario colectivo adulto te teletransporta a una playa, mar, brisa marina, palmeras meneándose al unísono, y tú, en una tumbona, con una cerveza o un cóctel, sin preocupaciones y con una amplia sonrisa.
A mi, qué queréis que os diga, eso creo que me pasó una vez.
Los veranos de mi infancia son correr, jugar, olvidarme de escribir, familia, cuadernillos, siesta, tele, momentos de aburrimiento, helados y chapuzones.
Los veranos adolescentes son quedar con amigos, piscina, tomarte algo en la calle, pipas en el banco, bailoteos en la tarima, discoteca en la playa, ir al ciber, tele, momentos de aburrimiento, leer la Cuore, helados y un sms que decía «ola ktal por alli? vuelvo el sbd, qdamos? cnt bs»
Los veranos adultos son avión, visado, vacunas, países exóticos, lejanos, mucho turismo, andar por encima de los pasos recomendados por la OMS, fotos para Instagram, vídeos, WhatsApps, llorar en el avión de vuelta, madrugar, trabajar, visitar a la familia, algún finde a la playa, quedadas en terrazas hasta las 5 AM, ni tiempo de aburrirse, terminar más cansada que durante el año, helados y chapuzones para soportar el calor de Madrid.
(Nótese mi afición a los helados en todas y cada una de las etapas de mi vida)
Los veranos como madre son igual que el invierno, el otoño y la primavera, pero con mucho más calor y menos paciencia. ¿Vacaciones? Qué risa llamar a esto vacaciones.
Vacaciones eran eso que ocurría cuando dejaba de trabajar durante unos días y no me preocupaba nada más. Me compraba revistas que sólo leía en verano, daba largos paseos y mi única ocupación era sobrevivir.
Ahora mi ocupación es que otras personas sobrevivan.
El descanso ha pasado a mejor vida. Necesitaría saber cuándo va a llegar, si alguien lo sabe, es el spoiler que necesito.
No parar de hacer cosas.
Enseñar a comer bien, que no te dejes llevar por la gula y los procesados aunque estén protagonizando las vitrinas y lleven un cartel que indique “zona de niños”.
Enseñar a desenvolverse en una “casa sin salón”, en la que construir juntos una nueva rutina. Y ver cómo se respeta esa rutina en la que todos hacemos lo que nos gusta.
Compartir aficiones y bajar a la playa las acuarelas, sabiendo que va a ser complicado que no quieran pintar encima de lo mío, pero ver que cada tarde cogen su cuaderno para pintar y no cogen los cuadernos de escribir de mamá.
Este año la vuelta de las vacaciones implicó unas gafas de sol menos, y el aprendizaje de que no caben en la tripa, además un montón de recuerdos compartidos. Recuerdos que por supuesto dejamos reflejados en el diario de vacaciones al que todavía nos queda ponerle las fotos.
El toque final para recordar juntos unos días en los que hemos disfrutado de nuevos paisajes y nos hemos conocido mucho más.
La verdad, que me encantan estos veranos de no parar de hacer cosas. Pero soy una romántica de la vuelta a la rutina. De los nuevos comienzos escolares, porque para mí enero es lo que viene después de las Navidades, pero cuando realmente empieza todo otra vez es cuando se acaba el verano y eso me ha llevado a elaborar una lista de placeres de final de verano que me gustaría compartir:
Dormir con la ventana abierta y arroparme con la sábana.
Las tiendas llenas de material escolar.
La expectativa del nuevo comienzo.
Empezar un cuaderno. Y un proyecto. Y un curso (¡ay, si solo fuera uno, que alguien me pare).
Ponerme una chaqueta vaquera para cenar en una terraza. Y calcetines con deportivas.
Que me cuenten las historias de las vacaciones.
Ver todas las fotos que he hecho. Editarlas. Montar vídeos, y verlos una y otra vez. Y ponerlos en la tele y verlos en grande. Y saber que ahora se convertirán en un recuerdo para los peques.
Que el café de la mañana no me haga sudar. Ni la crema hidratante.
Poder pasear por la calle, parar en el parque y disfrutar sentada en un bar.
Que no me importe que me abracen y tener ganas de abrazar.
Los reencuentros y decirnos: «qué ganas tenia de verte»
Los días más cortos, contemplando atardeceres rosas con una sudadera.
Seguir tomando helado, pero sin que se derrita en un segundo. Además, el helado en casa se come en la tarrina directamente.
Tener horarios organizados y disfrutar de romperlos el fin de semana.
Organizar las vacaciones del año que viene.
Por que es verdad, la vuelta a la rutina me llena de emoción y me hace estar más tranquila, pero soñar con lo que haremos las próximas vacaciones, pensar en dónde ir y con quién compartirlo, es otro placer de final de verano.
Luli ✨
Creo que es hora de reivindicar el helado en invierno. Hace unos días hablabamos de eso, acá hace muchisimo calor en verano y casi que no se logra saborear porque hay que apurarse antes que se derrita. Yo lo prefiero ahora que mantiene su forma por más tiempo, puedo saborearlo mejor y siempre es mejor plan si se come del pote, en casa, viendo algo y bien abrigada 🤗