Querido diario: hoy hecho el repulgue de las empanadas
De repente llega un día en el que la línea que define los puestos oficiales se desdibuja y todo cambia.
Salgo de mi cuerpo y me observo desde fuera.
Me acuerdo cuando era pequeña e íbamos al pueblo a casa de mi tía Virginia. Bueno, mi tía abuela, la tía de mi madre, la hermana de mi abuela.
La tía Virginia y el tío Papa. Un apodo rebuscado, perspicaz, siendo que mi tío se dedicaba al cultivo de la patata.
Me encantaba la casa de mis tíos en Otamendi, un pueblo de la costa de Buenos Aires, Argentina. Una planta a la calle, jardín y mucha paz. Aquellos años en los que una niña de los 90 podía salir a jugar a la puerta de la casa.
Recuerdo a mi tía como lo que ahora se conoce, y se critica, como Trad-wife. Y la recuerdo feliz en ese papel. Se levantaba pronto y se iba a su cocina. Cuando los demás nos levantábamos, ya olía a café, bollos y todos los olores que hacen gustoso el desayuno.
Yo me acercaba adonde estaba ella cocinando y veía que estaba haciendo la masa de las empanadas, mientras que la carne, el pimiento, el huevo y las aceitunas esperaban a un lado para ser picados, mezclados e insertados en esa masa casera, que posteriormente se introduciría en una sartén ardiendo para freírse.
Me sentaba cerca y la observaba mientas cocinaba para nosotros. Mientras mis padres harían asaberqué y mi tío más de lo mismo. Y ella me contaba cosas. Muchas cosas. Porque si desciendo de una familia de mujeres amantes de la buena cocina, también son mujeres que hablan mucho.
De vez en cuando pasaba por allí su gato, que huía en cuanto me veía. ¿Tendrá algo que ver que le cogiera de la cola y lo levantara cada vez que me lo cruzaba? Es probable.
Y tengo grabado en mi memoria cómo hacía las empanadas. No sé si las has probado, pero las empanadas argentinas son uno de los alimentos más deliciosos que puedes comer. Y si las hace tu tía caseras al completo, es un no parar de salivar.
Recuerdo cómo hacía el repulgue. El cierre labrado de las empanadas, que hace que tengan esa forma tan bonita. Mientras repulgaba, me contaba cosas y controlaba otras comidas en el fuego y yo pensaba: ¿algún día seré capaz de hacer ese repulgue tan bonito?
El resto del año, siempre me gustaba ver a mi madre haciendo el repulgue a una velocidad impactante. Y soñaba con ser capaz de hacer ese repulgue algún día.
Ayer, mientras mis hermanas estaban con mi hijo mayor dándose un baño en la piscina, mi padre y mi marido leyendo en las tumbonas y mi madre con mi hijo pequeño jugando un poco, yo hice el repulgue de las empanadas.
No solo el repulgue. Las rellené y las freí.
Sin embargo, el relleno lo había dejado hecho mi madre por la mañana.
Y ahí empecé a pensar en mi papel en la vida.
Cuando mis hijos se manchan, todavía recurro a mi madre para quitar esas manchas. Lo hago sin vergüenza, pero una vocecita de mi interior me dice: ¿cuándo vas a ser esa madre que sabe quitar manchas? Y otra vocecita de mi interior me dice: Puede que nunca, no pasa nada.
El otro día fui al concierto de Karol G con unas amigas.
Antes del concierto quedamos para vestirnos juntas, maquillarnos y llenarnos la cara y el pelo de purpurina y brilli-brilli. Como cuando estábamos en la veintena y salíamos de fiesta y nos preguntábamos: “¿Qué te vas a poner?”, “¿Me dejas el bolso rojo?”
Ahí también tuve un momento de abstracción. Nos observé desde fuera y pensé qué divertido y qué bueno a la vez, tres madres en la treintena, disfrutando de este momento para ellas, como cuando no tenían otra responsabilidad, como cuando solo importaba el color de la camiseta y cómo combinarlo con los zapatos y que tu amiga te dejara el pintalabios que no se quitaba por si ligabas esa noche.
Las cosas cambian. He aprendido a hacer el repulgue de las empanadas, porque me he criado viéndolo y porque era algo que quería aprender, pero estoy lejos de ser ese modelo de madre que según Rigoberta Bandini siempre tiene caldo en la nevera. Y está bien.
Me encanta como escribes! Aquí otra madre de dos pequeñitos…