RDLV#2: El día que cambié ir a la psicóloga por dos botellas de vino.
Un brindis por mi mejor día de terapia.
La cosa es así.
En una época en la que el cuidado de la mente e ir al psicólogo es, más que una moda, una necesidad y algo que, por suerte, está bien visto, me quise subir a la ola.
Y digo quise. Porque no pude.
Y de verdad que no es por no haberlo intentado. Me entusiasmaba el hecho de sentarme en una silla o recostarme en un diván (si es que esto pasa más allá de en las películas) y soltar todo lo que llevo dentro. Lo que me inquieta, lo que me atormenta, lo que me perturba.
Pero el universo dijo no. No, querida. Convive con tus mierdas, aprende a gestionar tus problemas, cómprate una agenda de frases positivas, un libro de autoayuda-si todavía necesitas más- y sigue a muchos perfiles de psicología, que algo aprenderás.
Y mientras volvía a mi casa tras el milésimo intento fallido de entrar a la consulta de una psicóloga, pasé por el super.
Y decidí comprarme una caja de dos vinos que estaban en oferta.
Y mientras lo hacía, lloraba. Y la cajera me miraba.
Porque también llevaba un suavizante.
Y aquello era bizarro.
En todas sus acepciones. En la de valiente, pero más en la de raro.
Un día lluvioso, ver a una chica escondida entre las fibras sintéticas del pelo de su capucha, intentando que su FaceID reconociera unas facciones inundadas por la tristeza, mientras pagaba dos botellas vino y una de suavizante, es una imagen que la cajera del supermercado no podrá olvidar.
En realidad me alegro de ese día haber sido motivo de charla de un grupo de amigas que, seguramente, me sentenció como la loca del vino.
¿Acaso estaban equivocadas? No lo creo.