RDLV#6: El día que confundí a mis amigas gemelas.
Y solo una de ellas estaba embarazada. Muy embarazada.
La cosa es así.
Esta historia necesita mucho contexto que os iré dando de manera ordenada para que entendáis mi error.
Lo primero es que cuando conocí a Marta y a María (hasta su nombre difiere solo en una letra, tiene huevos) hace mil años de preciosa amistad, eran hermanas pero cada una poseía una identidad. Pero un día, intuyo que en un intento de no tener que mirarse en el espejo para saber cómo les sientan las cosas, decidieron adoptar la misma estética: mismo corte de pelo, mismo color y, lo que ya venía de fábrica, misma altura y cara. Me gusta pensar que en su casa se mofan ante la confusión de las personas con ciertos toques malévolos y risas de brujas.
Noviembre o Diciembre de 2020, invierno, una época confusa, confinada, de poca relación, de encuentros controlados. De amigos que comparten entrantes pero se sientan en mesas diferentes.
En uno de los huecos en los que se nos permitió, quedamos un grupo que por aquel entonces podría parecer multitudinario. Éramos 10. Por vernos, por felicitarnos las "fiestas", ¿por qué no? a pesar de todo. Marta no vino.
María estaba embarazada. Daba a luz en febrero. Hacía tiempo que no nos veíamos y aproveché ese día para sobarle la tripa, a preguntarle qué tal estaba y las conversaciones típicas que os podéis imaginar entre amigas que hace tiempo que no se ven y concretamente, entre una embarazada y una que había parido hace unos meses.
En una de estas conversaciones cuento al grupo en general, a nadie en particular, que tenemos un sofá en casa del que nos queremos deshacer porque blablablabla (esto no importa)...Así que María y su chico piensan que podría serles útil y quedamos en que al día siguiente vendrían a por él.
Como prometieron, vinieron a casa a recoger el sofá. Subieron y estuvieron un rato. Durante este rato permanecieron con el abrigo y la mascarilla puestos. Eran meses en los que estar en sitios cerrados con otras personas no era recomendable y, además, estando María embarazada, podría parecer normal (Sí, el día anterior habíamos estado comiendo juntas, pero no pidáis encontrarle lógica a lo vivido en aquellos meses)
Cuando entran, María se queda de pie y yo le digo: María, siéntante. Y ella me responde: No, tranquila, estoy bien. Como suponía que sería algo rápido, lo dejé estar.
Al entrar a casa, María me dio una bolsa con aceite de su pueblo y una camisa y me dice: mira, esta camisa te la manda mi hermana. A lo que yo le digo: ¡anda! qué maja tu hermana. (Cabe contextualizar que primero fui amiga de María y más tarde de Marta, por lo que me pareció un detalle muy bonito por su parte)
Estuvimos un rato charlando y en mi cabeza había cosas que no encajaban. Aquí hay que destacar que Francis, el chico de María, se estaba enterando de todo el percal, pero en lugar de decir claramente lo que estaba pasando, hablaba en clave, lo que hacía que yo entendiera todavía menos la situación. En su defensa decir que lo hacía por salvarnos el culo a Tony y a mi, que estábamos living con nuestra película.
Hasta un momento clave. Una frase que lo cambió todo. Miré a María y le dije: oye, tengo ya guardada en una caja la ropa de bebé, ¿quieres echar un vistazo por si te gusta algo? Y aquí vino la respuesta que me hizo sentar cabeza: No, hombre, eso que lo elija mi hermana mejor.
– ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!, claro, mejor que lo mire ella. – Le dije, y empecé a comprender que todo este tiempo había estado hablando con Marta, no con María. Que la persona que tenía a mi lado, a la que le había estado hablando de sensaciones del embarazo y de todo en general, era otra persona diferente a la que yo pensaba. Las piezas del puzzle empezaron a encajar. La conversación sinsentido que estaba manteniendo con mi amiga, empezó a cobrar todo el sentido del mundo.
Me sentí estafada. Aunque también avergonzada. Pero supe disimular, creo.
Pero había otra persona en ese salón que seguía en la inopia. Tony había venido a hablar de su libro y se lo estaba contando a María y a Francis, sin ninguna duda. Si ya Francis había intentado que pillara la clave y no lo había conseguido, a mí me estaba resultando complicado también.
Por suerte llegó el momento de irse. A mi la tensión ya me estaba desbordando. Y mientras mi mente se creía vencedora de la situación, que iba a salir airosa y no pasaría nada, Tony estaba preparándose para, con toda su buena fe y amabilidad, cagarla.
La farsa llegaría a su fin cuando al ir a coger el sofá, se acercan Francis y Marta a levantarlo para sacarlo al descansillo. En este momento se desata una conversación que nunca olvidaré. Un momento en el que mi cabeza se adelantó a los acontecimientos y según Tony iba hablando, en un intento de caballerosidad de la que ya no está bien vista, yo iba viendo cómo se iba a destapar el pastel.
–¡No, hombre! déjame a mí, cómo vas a cogerlo tú. En tu estado.
–¿En qué estado?– Dijo Marta
– Embarazada. –Le contestó Tony, que tuvo la última oportunidad de darse cuenta de todo con la pregunta, pero no estaba dispuesto.
Ya poco podía hacer yo por mantener las formas y evitar herir sensibilidades y, como si hubiera sido ajena a toda esta pantomima desde los inicios, le dije a Tony: ¡pero qué dices, Tony! Esta es Marta, no María (con un tono como diciendo, pareces tolai, chico)
A partir de ahí todo fueron risas, más bien carcajadas, por todos los allí presentes, amigos y familiares y cualquier persona que escucha la historia. Bueno, a Marta le costó más reírse, porque supongo que es normal que ser gemela te lleve a que te confundan frecuentemente con tu hermana, pero no cuando estás embarazada.