RDLV#7: El día que fui azafata y no pude respirar
Una no era la mujer de éxito que es ahora y tuvo que pasar por algún que otro...aprieto.
La cosa es así.
Durante mis años de estudiante me gustaba ser económicamente independiente. Como ya conté en un relato anterior, tuve varios trabajos entre los que se incluyen recepcionista de una clínica estética, profesora de Batuka o lo que ahora llamáis Zumba, profesora particular de inglés, camarera con deseos de convertirse en actriz…, pero si hubo un trabajo que me representó durante muchos años ese fue el de azafata y promotora.
Igual que ahora cada mañana escribo, por aquel entonces mi Biblia era la web azafatasypromotoras.com (no la busques, ya lo he hecho yo y ahora se llama Yobalia) y las Diosas a las que les rezaba eran las directoras de las agencias que me llamaban para darme diferentes trabajos para subsistir como una universitaria amante de la polipiel de Blanco, los viernes y sábados de botellón y bailoteos y las escapadas a la costa valenciana en verano. Para todo eso me daba.
Hice cosas realmente ridículas.
No voy a dejar esta declaración para el final. Porque se tiene que decir lo antes posible.
Al formar parte de agencias, a veces me llamaban para anuncios. Nunca era nada demasiado especial. Me perdí el casting de un anuncio para que el que me querían de protagonista porque estaba de viaje con amigos en Salamanca, así que cuando me llamaron para otro anuncio protagonista, moví todos mis hilos para estar allí.
No había casting.
Hay gente que ante todo es optimista, a veces con un toque de más, como que desde fuera pueden pensar que roza la inconsciencia. Soy la gente.
Podría haber sospechado, pero no lo hice.
Me preguntaron la talla de ropa, me dieron unas señas y allí estuve. Me contaron las diferentes zonas en las que se iba a grabar y una de ellas quedaba extremadamente cerca de mi casa. Quise aprovechar mi momento estelar y le dije a mi familia que “estaría rodando por la zona, que se pasaran a verme.” ¿Quién te crees, Penélope Cruz?
Cuando llegué me contaron que el anuncio era para la promoción de la nueva edición de Gran Hermano, que seríamos tres personas, dos chicos que nunca más he vuelto a ver, de cuyos nombres ni me acuerdo ni quiero acordarme, y que me pusiera esto.
Y mientras decía esto, señalaba un objeto cilídrico color blanco, de proporciones magnas con un ojo verde dibujado en el frente.
Yo era un ojo.
Mi cabeza era un ojo.
Mi momento estelar consistía ser un ojo andante que recorría diferentes zonas de Madrid. Una de ellas era vestida de guardia de seguridad, subida en un segway del que me caí y casi rompo el ojo.
Casi mejor que no se viera mi cara.
Dejando a un lado los anuncios que no me ayudaron a alcanzar el éxito como la actriz que llevo dentro merecería, volvamos a las promociones.
Los trabajos de promotora nocturna eran los peores. Lo bueno que tenían era que en verano me surtían de camisetas y toallas de playa. Creo que mi madre todavía conserva alguna.
Pero el que se lleva la palma fue a uno al que me acompañó Vero. El plan era sencillo:
- Vero, tengo que trabajar, pero son solo 3 horas. Vente, estamos ahí, nos tomamos algo y luego nos vamos de fiesta.
Donde yo solo veía oportunidades no vi venir que la muy [inserte aquí sinónimo de perrita] se iba a estar mofando durante 180 minutos de mi.
Resultó ser que la promoción era de un ron, en verano y yo iba vestida de rumbera. Pero no una rumbera de calidad. Una rumbera que tiraba más por lo esquizofrénico.
No la invité a venir nunca más.
Yo ya iba teniendo ganas de abandonar las promociones y los trajes que las acompañaban. Es cierto que era lo que me permitía la vida de lujos y despilforre que llevaba en aquella época, pero hay que saber dónde está el límite.
Y ese día llegó.
Era una promoción de día. De nuevo, cerca de mi casa. Era en el palco de un campo de fútbol para una marca de vino. Todo parecía indicar que era algo sencillo y agradable.
Pues no.
Tenía que ir vestida de cordobés. Si, de hombre cordobés.
Y me mandaron un traje que me estaba pequeño.
No un traje que te queda corto. Un traje en el que me tuve que tumbar en el suelo para que una compañera se tumbara encima de mi y la otra subiera la cremallera.
¿Acaso soy yo una maleta que vas a meter en la bodega de Ryanair? Pregunto
Mientras estaba en el suelo y mis compañeras trabajaban por abrocharme el pantalón, me disocié.
Observando un punto fijo veía mi vida pasar y pensaba que no había bolso, vestido, manoletinas, incluso todo el conjunto, que mereciera que yo estuviera haciendo tantas veces el ridículo.
Así que cuando por fin entre las dos me abrocharon y me ayudaron a levantarme, me desplacé (porque no podía andar, solo deslizarme con movimientos cortos) hacia la zona de trabajo.
Cuando me quise sentar para descansar y reventó la cremallera, dejándome en bragas delante de un grupo de directivos de un equipo de fútbol y de una marca de vino tuve claro que había sido el final de esa etapa.