RDLV#8: El día que celebramos una despedida de soltera en el barrio colindante.
Lo importante es siempre la actitud. Y llamar a casa como si estuviésemos en otro país.
La cosa es así.
La despedida de Vir fue un despropósito. Pero bueno, hasta aquí, todo lo esperado de una despedida de soltera, ¿no?
La pandemia no nos estaba poniendo las cosas fáciles. Cancelaciones, cambios de fechas y distancias de seguridad que se sumaban a un estado de encrispación generalizado.
¿Saldremos mejores? No parecía…
Se casaba nuestra amiga. Y aunque las restricciones no nos lo pusieran fácil, nosotras le organizamos una despedida de soltera.
¿Dónde? En el barrio al lado del nuestro.
El nivel era que podía ir andando de mi casa a la casa de alquiler en la que celebrábamos su despedida.
La verdad es que si lo pienso ahora no entiendo por qué no nos fuimos a un barrio más lejos, ¡qué menos! pero estoy segura que nuestra alma organizativa tendría sus razones de peso para hacerlo así.
La recogimos el viernes por la tarde en su casa. Justo cuando ella planificaba echarse la siesta. Queríamos joder desde el principio.
Y la disfrazamos de plátano.
Y le hicimos beberse un chupito de Jagger según abrió la puerta.
Así, con el estómago en modo relax.
Cuando su cuerpo se disponía a tumbarse a la bartola tras una semana de trabajo.
Cuando sus órganos procedían a desconectar de sus funciones habituales, porque la rutina habitual indicaba que venía la tranquilidad, apareció el fluido a temperatura ambiente recorriendo su cuerpo y haciendo saber a su organismo que las cosas hoy iban a ser diferentes.
Y tan diferentes.
Fuimos turistas en Madrid.
Realizamos el turista clásico starter pack.
Fuimos a lanzar hachas, al parque de atracciones y pedimos a domicilio el trozo de tortilla de patata más de moda, y caro, de la zona.
No, no he equivocado. Vino UN trozo. Para 8 o 9 que éramos.
Aunque aquí correremos un tupido velo. Nunca sabremos qué fue primero: el restaurante enviándolo mal o María una de nosotras pidiéndolo mal.
Y durante ese fin de semana ocurrieron una serie de cosas que voy a categorizar como desconcertantes:
Me encontré con mis padres tomando algo en la terraza de al lado, con mi amiga disfrazada de plátano, en su despedida de soltera.
Tuvimos que ir de compras antes de ir al Parque de Atracciones, porque ninguna decidió llevar pantalones cortos.
Llamábamos por teléfono a nuestras parejas e hijos, como si estuviésemos en otra ciudad. “–Aquí parece que va a llover, ¿qué tal por ahí? –Luli, estamos a 4 calles de distancia, ¿tú qué crees?”
Sufrimos un desafortunado intercambio de mascarillas.
La cena llegó mal.
Vero queriéndose llevar un aparato de radio antiguo del piso, que ni funcionaba ni podía cargar.
Montamos a la novia en el Tío vivo a dar vueltas mientras localizábamos las llaves del piso que se nos habían perdido.
Grabamos 27 TikToks como las quinceañeras que llevamos dentro. Ninguno salió bien.
La hermana de la novia llamó guarra a una de las amigas. Y todas las demás asentimos. Ante la verdad, no hay enfados.
Pero sin lugar a dudas, si hay un evento canónico que marcaría esta despedida de soltera, fue cuando a las 12 de la noche alzamos las copas de vino y en medio del salón hicimos un corro y empezamos a bailar la canción Libre de Nino Bravo.
Dando vueltas, entre lágrimas de risa y emoción, guardamos en ese brindis todo lo que pasó ese día.
Al menos no acabamos llamando al estudio de tatuajes más cercano para inmortalizar ese momento. No, eso fue otro día.
¡Que viva la novia!
Jajajajaja me meo