Todo lo que sé sobre narrativa lo aprendí viendo telenovelas
Lo siento Thalía pero no estoy arrasando con la vida. Más bien al revés.
Antes de que me pusiera intensa con la escritura, antes de leer a Cortázar, a Woolf o a cualquier autor con apellido que suena a estación de metro europea… yo era fan de Chiquititas. De Rebelde. De Pasión de Gavilanes. De Marimar, Betty, la fea y todas las que venían con intro musical que podría cantarte sin despeinarme. La tabla del siete, regulinchi, pero «Quién es ese hombre que me mira y me desnuda», de carrerilla.
De la misma manera que ahora no se puede decir que una consume realities, haberse visto todas, o la mayoría de telenovelas de principios de siglo se supone algo inconfesable. Como si crecer viendo gente que se desmaya con estilo o descubre que su madre es también su tía te inhabilitara como narradora seria. Spoiler: no lo hace. De hecho, afirmaría que todo lo contrario. Creo que las telenovelas me enseñaron más sobre cómo construir una historia que muchos cursos. Y te voy a contar por qué.
El drama no es un defecto, es una herramienta
Las telenovelas no tienen miedo. A nada. Se lanzan al abismo emocional con una confianza que ya quisiéramos nosotras cuando mandamos un texto a un concurso.
Amor imposible, traición familiar, muerte súbita, embarazo oculto, regreso de la muerte, una niña que se cae por las escaleras y se queda ciega. ¿Sutil? No. ¿Efectivo? Siempre.
Una historia necesita conflicto, y cuanto más nítido, mejor. No se trata de poner a todos a llorar y gritar (aunque un poco de eso ayuda), sino de no tenerle miedo a las emociones grandes. Escribir también es atreverse a exagerar. Pero calma, hay que trabajar bien la verosimilitud. Algo que las telenovelas no suelen tener en cuenta.
Cada capítulo termina en alto. Una revelación bomba, una puerta que se abre, una frase congelada en el aire:
—“Tengo que decirte algo…no soy tu hermano.”
Y tú, con la boca abierta y el mando temblando en la mano, esperando al día siguiente. (Sí, queridos centennials, antes teníamos que esperar una semana para ver qué sucedía. Tensión dramática que se cargó Netflix, incorporando a nuestras vidas el insomnio y la ansiedad de consumir series en 2 días)
Las escritoras también podemos jugar a eso. Tenemos que jugar a eso. Técnicamente se conoce como cliffhanger. Y es un recurso narrativo que genera tensión y suspense en el espectador. No hace falta que sea tan exagerado ni evidente, pero cerrar una escena con una pregunta abierta, una tensión sin resolver, o una frase que el lector necesite completar en su cabeza, puede ser la diferencia entre “bueno, mañana sigo” y “a ver una página más”.
¿Y qué decir de los personajes? La villana con moño, abanico y risa maléfica. El galán con trauma de infancia y mirada penetrante. La amiga graciosa que está para hacer reír y para que el protagonista se dé cuenta de que en realidad está enamorado de ella. Todos, absolutamente todos, tenían algo que los hacía memorables. A veces era ridículo, sí, pero te acordabas. No se diluían. Ojo, no todos los personajes tienen que ser complejos. Lo que los hará inolvidables es que tengan una motivación clara, un deseo fuerte y una forma de hablar característica. Eso, o un parche en el ojo. También funciona.
Una novela no necesita un único hilo narrativo. Las subtramas bien manejadas refrescan, equilibran, dan respiro y crean un mundo más grande que los dos protagonistas sudando emociones. Estás viendo la historia de amor principal y de repente el jardinero quiere ser cantante, la vecina empieza a ver fantasmas, y la hermana del protagonista descubre que es adoptada y millonaria. ¿Demasiado? Sí. ¿Atractivo? También.
Y no, no hace falta que todas se resuelvan. Algunas están ahí solo para entretener. Como la vida misma.
¿Hay algo más telenovelesco que descubrir en el capítulo 89 que el personaje sabía todo desde el principio pero decidió no contarlo “para protegerte”? Ese momento en que tú como espectadora gritas a la pantalla: ¡PERO POR QUÉ NO LO DIJISTE ANTES! Y sin embargo… sigues mirando.
En literatura esto se llama gestión de la información. Dosificas lo que el lector sabe, cuándo lo sabe y cómo lo descubre. No hay que contar todo de golpe, ni guardarse tanto que ya nadie entienda nada. Es una coreografía. Y si logras que el lector diga “no me lo esperaba”, pero luego piense “tiene todo el sentido”, es que lo hiciste bien.
Las telenovelas no son perfectas. Tienen diálogos que dan risa (cuando no deberían), actuaciones cuestionables y giros que desafían todas las leyes de la lógica y la genética. Pero funcionan.
Funcionan porque apelan a lo emocional, a lo directo, a lo reconocible.
Y porque no tienen miedo de tomarse en serio lo que cuentan.
Aprendí mucho viéndolas.
Aprendí que el conflicto es combustible, que el ritmo importa, que una historia sin pasión es solo una lista de eventos.
Y aprendí, sobre todo, que no hace falta ser solemne para contar algo valioso.
¿Cuál fue la telenovela que te ayudó a formarte en narrativa?🤪
¡Vamos esas confesiones en comentarios!
Luli ✨
Y ahora te cuento unas cosas de alta relevancia e interés popular
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✨ Por si te sirve, hay mucha gente que encuentra respuestas en esta publicación:
✨ La recomendación de esta semana es esta máquina cuentacuentos para niños, aunque entretiene a todos los públicos. Eliges primero el protagonista, luego el lugar donde se desarrollará la historia, el antagonista y un objeto. Se lo pasan genial y desarrollan muchas habilidades como la imaginación y el vocabulario.
✨ Espero no haberme comido ninguna H hoy. He desayunado bien.
Me vi todas las novelas que mencionaste! 😅 Crecí con mis abuelos, y muchas de las horas que pasaba con mi abuela era viendo novelas, sobre todo mexicanas, esas no te defraudaban nunca ! 😂 También creo que se aprende mucho de narrativa de los programas de televisión, sean novelas, series o películas!
De estudiante, hace muchos años, tuve un compañero que regresaba a toda prisa por las tardes para ver su telenovela. La serie se emitió durante un año entero, desde el verano de 1985 al de 1986, de lunes a sábado, en horario de máxima audiencia. Aunque nunca me enganché a ella, recuerdo el tema musical, que sonaba por toda la casa en cuanto mi amigo encendía el televisor. El nombre de la serie venezolana era el de su protagonista, un chica humilde llamada “Cristal”. La canción, “Mi vida eres tú”.