Escribir es mentir con estilo
Se abre el cajón de ésta y otras verdades incómodas sobre la ficción.
El otro día le decía a mi marido que se me da fatal mentir. Me pongo nerviosa y pongo caras, o digo cosas que no es posible que ocurran, total que al final me acaban pillando. Según ocurría esto me vino a la cabeza una escena de Friends en la que Chandler le pide a Joey que se memorice una frase para que él pueda introducir un chiste y sorprender a Mónica. Joey le dice que no es posible, que se le da fatal memorizar frases. A lo que Chandler le mira y le dice, con su característico tono irónico “menos mal que no necesitas hacerlo para ganarte la vida”

Algo así debió pasar, siendo que yo me dedico a inventar historias. Constantemente. Por escrito, para deberes, para mi novela, para mis hijos, y según él me dijo (y vengo a presumir de ello) lo hago muy bien. Así que me di cuenta de que, efectivamente, de viva voz miento mal, pero por escrito…¡alucinas!
Toda ficción es una gran mentira bien contada. No importa cuánto nos esmeremos en construir mundos coherentes, personajes complejos o diálogos realistas. Al final, el escritor es un embaucador profesional, un arquitecto de ilusiones. Y lo peor –o lo mejor, según se mire– es que, paradójicamente, las mentiras mejor contadas son las que más nos hacen sentir la verdad.
Si no, cómo se explica que lloremos con la muerte de un personaje de novela y no con la del vecino del cuarto piso, que lleva tres meses sin aparecer y nadie parece extrañarlo. La ficción nos emociona más que la realidad porque, a diferencia de la vida, está bien editada.
En esta edición voy a hablar sobre cómo la mentira literaria nos revela, nos manipula y nos expone más de lo que estamos dispuestos a admitir.
Vivimos en una realidad caótica, llena de conversaciones sin sentido, decisiones arbitrarias y personajes secundarios que entran y salen de nuestras vidas sin un propósito claro. Bueno, algunos podrían evitarse su paso por la escena que es la vida porque dejan todo patas arriba y tú te quedas como…¿y esto pa’qué? Sin embargo, cuando leemos una novela, esperamos que todo tenga un motivo. Queremos que los personajes hablen con intención, que los conflictos se resuelvan y que las acciones tengan consecuencias. En la ficción, la vida no se limita a suceder: está diseñada para tener sentido.
La vida real es un borrador caótico. La ficción es la versión editada que realmente queremos leer.
No creo que sea la única que cuando le está pasando algo piense “madre mía, esto me da para una novela.” Y luego te vas a tu casa o a donde tengas que ir y la vida sigue, porque no es ficción, es todo real.
Esta es la paradoja más extraña de la literatura: nos emocionamos con una mentira porque es más lógica, más ordenada y más significativa que la realidad misma. La ficción nos da estructura, nos permite encontrar patrones donde en la vida solo hay ruido. No queremos la verdad cruda y desordenada del mundo; queremos una mentira bien construida que nos ayude a entender la verdad que nos rodea.
Total que me he dado cuenta de que una buena escritora es, esencialmente, una manipuladora. No de los que te convencen de invertir en criptomonedas o suscribirte a una newsletter con litros de spam, sino una manipuladora de emociones. Cuando escribimos, creamos personajes que no existen y los hacemos sufrir para que el lector sufra con ellos. Diseñamos historias que, si fueran reales, serían un desastre ético, pero en la ficción nos parecen hermosas. Es decir, manipuladora con la mejor de las intenciones: la de entretener.
La literatura es el lugar donde torturar a alguien emocionalmente se considera arte y no delito.
Porque la verdad es esta: nadie lee solo por leer. Leemos para sentir algo. Para llorar por alguien que nunca ha respirado, para amar a un personaje que jamás nos corresponderá, para sentir la adrenalina de una persecución aunque estemos cómodamente en pijama.
La escritora sabe esto y lo usa a su favor. Escribe escenas que apunten directamente a la fibra sensible del lector, ajustando cada palabra como si fueran los engranajes de un mecanismo de relojería emocional.
Si el lector siente algo, la escritora ha hecho bien su trabajo. Si siente demasiado, el escritor es un genio.
¿Existe realmente la ficción pura?
Aquí viene la parte incómoda para las escritoras: toda ficción es, en parte, autobiográfica. Escribimos desde lo que conocemos, desde lo que sabemos, desde lo que vivimos, por lo tanto, aunque no sea de manera directa, siempre hay fragmentos de la vida, de los miedos, de las obsesiones y de las heridas del que escribe.
Incluso cuando creemos estar inventando desde cero, estamos proyectando nuestras experiencias, deformándolas y filtrándolas a través de la ficción. El personaje que sufre de ansiedad social, la relación tormentosa de la protagonista, el villano que teme envejecer: todo está tomado de alguna parte de la vida del autor y de los que le rodean, aunque sea de forma inconsciente. Es imposible escribir sin dejar rastro de uno mismo.
Pero aquí está la ironía: los escritores mienten sobre sus vidas a través de la ficción, pero en el proceso terminan revelando más de lo que dirían en una autobiografía sincera. Porque al fingir que no están hablando de ellos mismos, bajan la guardia y se dejan ver con más claridad que nunca.
Si la ficción es una mentira que nos acerca a la verdad, la clave está en aprender a mentir bien. No se trata de inventar cualquier cosa, sino de distorsionar la realidad de forma estratégica para que resuene emocionalmente con el lector.
Escribir ficción no es inventar, es reorganizar la realidad hasta que parezca más real de lo que realmente es.
Y si te estás preguntando cómo escribir y esconderte lo máximo posible para que no te descifren con facilidad, aquí van tres estrategias para convertir cualquier experiencia en material narrativo sin que parezca un simple anecdotario:
✨ Escribe una historia sobre algo que viviste, pero desde la perspectiva de otra persona. Si tuviste una ruptura, cuenta la versión del otro. Si sufriste un fracaso, narra la historia como si fueras un espectador externo.
✨ No tengas miedo de llevar las emociones al extremo. Si un personaje está triste, hazlo devastador. Si alguien está feliz, llévalo a la euforia. La vida real tiene matices grises, pero en la ficción, a veces los extremos funcionan mejor.
✨ Si tu historia real es demasiado obvia, cambia los elementos superficiales. Un desamor en París puede convertirse en una historia de fantasía en otro planeta. Lo importante no es la ambientación, sino la emoción que quieres transmitir.
Escribir ficción es, en esencia, un acto de manipulación honesta. Engañamos al lector, sí, pero para darle algo a cambio: una emoción, una verdad disfrazada, una historia que le haga sentir vivo. Si la vida real no tiene sentido, el escritor está ahí para dárselo.
Así que la próxima vez que alguien diga "quiero escribir algo real", recuerda esto:
"La mejor forma de contar la verdad es mentir con estilo." 😏
Luli ✨
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Esto es pura magia. Mientes tan bonito que hasta la verdad se rinde a tus pies. Al final, escribir es eso: convertir sentimientos en palabras, hacer que lo imaginado se sienta real y que el lector se pierda en tus historias sin querer salir. Y tú, querida, eres una hechicera de emociones. ✨
Nos gusta la literatura de ficción porque nos permite vivir otras vidas, explorar mundos imposibles y experimentar emociones que quizá no encontraríamos en nuestra propia realidad. Es una forma de evasión, sí, pero también de comprensión: a veces necesitamos alejarnos de nuestra vida para verla con más claridad.
Nos manipula en el mejor sentido de la palabra: nos hace empatizar con personajes, cuestionar nuestras creencias y ver el mundo desde otras perspectivas. La ficción no solo nos entretiene, sino que nos transforma.
¿Nos gusta más que nuestra realidad? No siempre, pero a menudo es más intensa, más ordenada, más simbólica. La vida real tiene demasiados cabos sueltos; la ficción nos da el consuelo de historias con sentido, incluso cuando terminan mal.