Querido diario: hoy me gustaría romantizar con el pasado
Menos opciones. Menos información. Menos dudas. Menos es más.
Tuve una época en la que tenía ansiedad de conocer mundo.
Tenía tiempo y recursos económicos. Fueron unos años de ensueño en los que se juntaron esos dos factores que, si me lo preguntas, son la combinación perfecta de éxito en la vida.
Ya no dispongo de este sumatorio de unidades en conjunto. Así que la ansiedad de viaje aguarda relajada en un rincón de mi mente, lanzando algunos golpecitos de vez en cuando en forma de: «venga, llévatelos a todos por ahí» pero luego…la vida.
El caso es que esto me ha llevado a reflexionar sobre la saturación de opciones y estímulos constantes a los que estamos sometidos, haciendo que siempre sintamos que podríamos estar haciendo o experimentando algo diferente.
Como que nos empujan a un inconformismo constante que, en la actualidad, en mi caso se ve reflejado en miles de libros y cursos que siento las irrefrenables ganas de hacer y leer.
Conozco una persona cercana que sus alertas son casas a las afueras del centro o en el centro pero con piscina. Esa persona me comparte esas casas constantemente, bajo la premisa de «imagínate si viviéramos ahí, lejos de ruidos y contaminación» y luego nos acordamos que necesitamos a los abuelos cerca para poder seguir llevando el ritmo de vida social al que tantas opciones nos deriva.
Ya poniéndome un poco seria y, como te decía, reflexionando un poco sobre el asunto, no sé si será que me hago mayor, pero tengo la sensación de que cuanta más abundancia, vida menos plena.
Cuando por las circunstancias médicas prescritas mundialmente todos nos vimos obligados a parar, fascinamos en grupo1, ¿o no?
Ya no sé si salimos mejores o peores, o algunos una cosa y otros otra, pero lo que sí te digo que más tranquilos, no.
Opciones infinitas a un clic de dificultad.
Cuando en verano me retiré de Instagram el desencadenante fue justamente un clic.
Cuando recibí un email de confirmación de un collar de peces súper colorido que llevaba trabajando como martillo pilón en mi inconsciente hasta que efectué la compra. Mi más sincera enhorabuena a la persona que programó esa campaña de publicidad. Soy el target.
Un ejemplo claro del peso de las opciones a golpe de clic es Netflix.
El otro día tuvimos que sentarnos y valorar cuál de todas las plataformas que tenemos realmente queremos conservar. Como que necesitas tenerlas todas, pero cuando las abres te encuentras ante un scroll infinito que ocupa 30 minutos de tu tiempo en decidir qué ver.
Cuando tienes tiempo, esa unidad preciada de la que hablábamos al principio, todo bien. Pero cuando has pasado a ver las películas como series, por capítulos de no más de 45’ porque caes rendido en el sofá cuando se duermen los niños, esos 30’ ya estarían superando la mitad del tiempo del que disponemos. ¡Alerta agobio!
Y pensando en esto llegué a un concepto que se llama la «paradoja de la elección». Según expertos en la materia, se trata de ese momento en el que nos creemos libres ante un abanico amplio de posibilidades pero que en realidad nos deja paralizados, no sabemos qué elegir. Nos vemos en la tesitura de no estar «eligiendo bien» en vez de elegir lo primero que nos llama la atención y verlo.
Me acuerdo una tarde adolescente que fuimos al cine, sin que hubiera ninguna película especial que quisiéramos ver. Simplemente, queríamos ir al cine. Elegimos una película que se llamaba «Lo mejor que le puede pasar a un cruasán» por las risas, simplemente. Ese fue nuestro disparador de elección. Claramente una mala elección.
Pero fue una decisión rápida. Sencilla. Menos opciones, entorno simplificado y teníamos el control sobre nuestras decisiones. Y nuestro tiempo.
Así es que yo me he sumado a esta tendencia de menos es más. Estoy en ello, mejor dicho.
Me gustaría reconectar con placeres simples, enfocarme en menos opciones y eliminar miles de distracciones.
La vida se vuelve más clara cuando dejamos de buscar el próximo estímulo y comenzamos a apreciar el presente. Al hacer menos, ganamos más: más tiempo, más atención, y más disfrute.
Y esto es algo que me repito a diario. Ya no solo por mí. Por el ejemplo que puedo dar.
Reducir expectativas como lema de vida. Ya no solo por aplicar la ley del menos es más, sino porque llevo unos años que me han demostrado que no se puede tener todo (o casi nada) bajo control.
Al elegir menos y esperar menos, me doy permiso para disfrutar más de cada pequeño momento.
Es en la simplicidad donde estoy encontrando la libertad que tanto busco.
Y que desde luego no me dan los algoritmos.
Para terminar esta guía romántica, decirte que me he dado cuenta de que aceptar el enfoque de menos es más no significa resignarse, sino encontrar un equilibrio que nos permita disfrutar plenamente de lo que tenemos y de lo que somos. Es un viaje de introspección donde aprendemos que la auténtica riqueza radica en la calidad de nuestras experiencias, no en la cantidad.
Luli Borroni✨
No sé si la RAE admitiría el uso del verbo fascinar de esta forma. Pero a mi me ha fascinado hacerlo así.
Estoy de acuerdo contigo! Tenemos tantas opciones que decidir cada día es un dolor de cabeza. Se piensa: ¿de qué me voy a perder si decido esto? Y pensar que todo tiene un coste nos tiene valorando en todo momento las opciones. Me ha pasado que incluso después de decidir algo sobre pienso las opciones que deje ir por no haberlas pensado antes. A veces me da risa y otras ocasiones me hace sentir apretada. ¿Cómo dejar de prestar atención a algo que hicimos parte de nosotros?